El desarrollo histórico de la fe en los evangelios



“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos. Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” - Hebreos 11:1-3.

La fe es uno de los conceptos más importantes de los Evangelios. No es de extrañar que pistis («fe, fidelidad») y pisteuō («creer, confiar») se hayan convertido posteriormente en términos teológicos centrales para la religión cristiana. Estos términos aparecen 243 veces en el Nuevo Testamento, con mayor frecuencia que «reino» (162×), «gracia» (156×), «iglesia» (114×), «salvar» (107×) y «justicia» (92×). El concepto también se encuentra en los pasajes que tienen que ver con la confianza en *Dios. En los Evangelios, «fe» se refiere a creer en la palabra de Dios, confiar en su Hijo Jesucristo, y mantenerse fiel viviendo según sus demandas.

En este escrito se analizará la fe en tres aspectos importantes:
1. Desarrollos históricos
2. La fe en los Evangelios
3. Resumen

1. Desarrollos históricos.
Contrariamente a las afirmaciones de R. Bultmann (TDNT 6:181) y de la escuela de la historia de las religiones, pistis/pisteuō como término cristiano central no tiene parangón o precedentes en las religiones griegas. Más bien, el término y el concepto tienen su origen en la tradición bíblica judía. En el AT la exigencia básica de Dios a los seres humanos es ʾemûnā («fe/fidelidad»), es decir, fe en sus palabras y, en consecuencia, fidelidad en el cumplimiento de sus mandamientos. Por lo tanto, la fe es teocéntrica. Como ejemplo de *fe, Abraham confía en la promesa de Dios (Gn 15:6) y obedece diligentemente sus mandamientos (Gn 22:18; 26:5).

En el período del Segundo Templo la fe se expresa de diversas maneras. Mientras que el elemento de confianza en Dios se mantiene en la mayor parte de la literatura (e.g., Filón, De Sacr. Abelis 70–71;. 1QHaXVI, 17), hay una tendencia en ciertos sectores judíos a equiparar la fidelidad en el cumplimiento de los mandamientos de Dios con las obras de justicia (por ejemplo, 1 Mac 2:50–52; 4QMMT) (véase Yeung, 241–52). Cuando se lleva al extremo, la fidelidad a la *ley de Dios puede convertirse en el tipo de santurronería que Jesús denuncia enérgicamente (Mt 23). La concepción veterotestamentaria de la fe se sustenta en Jesús. Lo novedoso de Jesús es que, con su venida, la fe en Dios se convierte en la fe en su emisario especial Jesús, quien cumple fielmente la voluntad de Dios trayendo *salvación a su pueblo. En los Evangelios sinópticos el sustantivo pistis se utiliza casi exclusivamente en relación con los *milagros, excepto en Lucas 18:8; 22:32, donde se refiere a la fidelidad de los *discípulos. 

La fe precipita muchos de los milagros de Jesús (e.g., Mc 2:5; 5:34). Por el contrario, la falta de fe es vista como un obstáculo para los milagros de Jesús (Mt 13:58 // Mc 6:5–6). Estos textos han sido considerados por algunos estudiosos como composiciones que reflejan el desarrollo de la creencia de la iglesia primitiva de que el Jesús terrenal iba a ser el objeto de la fe de la misma manera que el Señor resucitado. Según expertos como Bultmann, el Jesús histórico no afirmó ser el Mesías, y el Jesús sinóptico, a diferencia del Jesús joánico, no exige fe en su propia persona (Bultmann, 1:9). Jesús fue a lo sumo un hacedor de milagros. Es solo la iglesia pospascual la que convierte a Jesús en el centro de la fe. La frase «el que cree en mí» (Mt 18:6) es, pues, una adición mateana y no una frase real usada por Jesús (cf. Mc 9:42). De esta manera se establece una separación entre la «fe en el milagro» de Jesús y la fe en la «salvación/kerigma» de Pablo.

Sin embargo, y contrariamente a lo anterior, existen pruebas de que el Jesús de los Evangelios exige constantemente fe en su propia persona. Su anuncio de la inminente venida del *reino de Dios requiere fe, no solo en la verdad del mensaje, sino también en sí mismo como aquel que trae el reino (Mc 1:14–15). Él no solo es *el profeta de Dios que puede realizar *curaciones (Mc 9:23), sino también el *«Hijo del Hombre» que tiene autoridad para juzgar y perdonar los pecados en nombre de Dios (Mc 2:5; cf. Dn 7:13–14). Por encima de todo, exige fe en sí mismo como el Mesías (Mc 8:29; Mc 10:47 [*«Hijo de David» = Mesías]). Por otra parte, la supuesta «fe en el milagro» de Jesús es en realidad una «fe salvadora» por naturaleza. Esto se ilustra mediante la formula «tu fe te ha sanado/salvado [sōzō]», que aparece siete veces en cuatro episodios distintos de los Evangelios sinópticos ([1] Mt 9:22 // Mc 5:34 // Lc 8:48; [2] Mc 10:52 // Lc 18:42; [3] Lc 7:50; [4] Lc 17:19). En la época de Jesús, la palabra griega sōzō había convertido en un concepto global para comunicar el concepto judío de sanidad, así como también de salvación, y este desarrollo es el mejor trasfondo para el uso de la fórmula por parte de Jesús. 

En la tradición judía de sanidades se concibe a las personas como entidades individuales. El bienestar físico de una persona es una indicación de la relación armónica de esa persona con Dios. Puesto que Dios es el autor último de la enfermedad (cf. Ex 15:26), la enfermedad se percibe como una situación desfavorable de la cual una persona (sea víctima inocente o pecador suplicante) se puede salvar volviéndose a Dios en fe. Visto de esta manera, en los cuatro episodios antes mencionados, la mujer con flujo de sangre, Bartimeo y el leproso samaritano reciben la salvación tanto como la mujer pecadora, ya que todos ellos son restaurados a una relación armoniosa con Dios. Por tanto, es totalmente infundado postular una dicotomía artificial entre la «fe en el milagro» de Jesús y la «fe en la salvación/kerigma» de Pablo.

2. La fe en los Evangelios.
El tema de la fe está íntimamente entretejido con la teología de los cuatro Evangelios. Aunque cada Evangelio tiene su propio énfasis, las cuatro perspectivas se complementan entre sí en la elaboración de un cuadro de la fe que sigue la misma línea de la ʾemûnā en el AT.

2.a. La fe en Marcos.
La fe es un tema dominante en Marcos. Su omnipresencia excede con mucho las dieciocho apariciones del grupo de palabras derivadas de pisteuō (el sustantivo pistis [5×], el verbo pisteuō [10×] y algunas palabras afines, sin incluir la elevada densidad de palabras derivadas de pisteuō que se encuentran en el final largo de Marcos [Mc 16:9–20]). Dado que la identidad del Jesús terrenal está abierta a aquellos que tienen fe en él, la tendencia entre los estudiosos a interpretar este Evangelio a través del filtro del «secreto mesiánico», según el cual el Jesús histórico no cree ser el Mesías, ha de ser rechazada. El hecho de que Jesús advierta a sus discípulos de que no deben revelar su identidad en la primera fase de su ministerio se explica mejor por el propio manejo que hace Jesús de los tiempos a la hora de revelar su identidad como Mesías y no como un posterior encubrimiento por parte de sus discípulos para justificar por qué Jesús no declara abiertamente su mesianismo.

La fe en Marcos es teocéntrica (Mc 11:22). Es necesario abrazar el *evangelio de Dios (Mc 1:15) y aceptar a Jesús como el Mesías de Dios (Mc 8:29). Paradójicamente, la fe también está relacionada con el tema de la revelación. Por un lado, los secretos del reino de Dios son revelados por Jesús tan solo a sus discípulos creyentes (Mc 4:11). Cuando Marcos comenta conmovedoramente que Jesús «no podía hacer ningún milagro» en su ciudad natal, está haciendo hincapié en la soberanía de Jesús de no revelar a quienes se niegan a creer (doble negación en Mc 6:5; comparar el tono más suave en Mt 13:58: «no hizo allí muchos milagros», donde el énfasis recae sobre la responsabilidad humana). Por otro lado, la fe que muestran los discípulos no es algo inherente a los seres humanos, sino que solamente puede ser otorgada por Dios. Por lo tanto, los discípulos creyentes se encuentran continuamente faltos de fe y de comprensión (Mc 4:40; 6:50–52; 8:17–19; 9:19; 16:8). Necesitan crecer en la fe a medida que Jesucristo les revela verdades más grandes. El proceso de la revelación y el crecimiento en la fe está simbolizado por la curación en dos etapas del hombre *ciego en Betsaida (Mc 8:22–25), que solamente aparece en el relato de Marcos. Esta paradoja de la fe está bien representada por el grito del padre del muchacho epiléptico: «Creo [pisteuō], ¡ayuda mi incredulidad [apistia]!» (Mc 9:24). 

La súplica no es una contradicción en los términos, sino más bien un profundo reconocimiento de la impotencia de uno, así como una firme convicción en que solo Dios y su agente especial Jesús pueden ayudar. La fe, por tanto, va estrechamente ligada a la *oración que hace que la persona se vuelva a Dios en busca de ayuda y experimente de ese modo el poder de las oración contestada (Mc 9:29; 11:22–24). En relación con el debate sobre si la fe de Jesús se refiere a la fe de Jesús en Dios o a Jesús como el objeto de la fe, hay evidencias de ambas en Marcos. La fe de Jesús sirve como ejemplo para sus discípulos por cuanto él lleva a cabo la voluntad de Dios fielmente al pronunciar juicio el incrédulo *Israel, tal como simboliza la higuera estéril (Mc 11:12–21). Se espera que los discípulos hagan portentos a través de esa fe (Mc 11:23; cf. la partición del Monte de los Olivos en los últimos días predicha en Zac 14:4). Sin embargo, la mayor parte del tema de la fe en Marcos se refiere a Jesús como centro de la fe. Jesús es el Mesías y, aún más, el Mesías sufriente y resucitado. Los que le siguen con fe le debe seguir en el discipulado radical «en el camino» (en tē hodō) a la cruz y la resurrección (Mc 8:27; 10:33, 52).

2.b. La fe en Mateo.
El conjunto de palabras derivadas de pisteuō aparece más de treinta veces en Mateo, incluido el sustantivo pistis (8×), el verbo pisteuō (11×), el adjetivo pistos (5×) y algunas palabras afines. Una expresión favorita de Mateo es «de poca fe» (5×; oligopistos en Mt 6:30; 8:26; 14:31; 16:8; cf. el sustantivo oligopistia en Mt 17:20), que aparece fuera de Mateo solo en Lucas 12:28 (// Mt 6:30). La fe en Mateo hereda el énfasis veterotestamentario sobre la fe expresada como fidelidad. Está estrechamente ligado a la obediencia y la «justicia», siendo este último un término clave en Mateo que hace referencia a la clase de vida y las actitudes que se ajustan a las normas de Dios. Como ejemplo último de la fe, Jesús es obediente a Dios hasta la muerte. Una burla de parte de los líderes judíos incrédulos, «confiaba [pepoithen] en Dios» (Mt 27:32), cumple irónicamente con la descripción que hace el AT de un verdadero hombre de fe (cf. Sal 22:8). Jesús exhibe tal justicia en cada momento de su vida (por ejemplo, Mt 3:15; 26:39, 42). Sin embargo, Jesús no es simplemente un ejemplo. En virtud de su obediencia a Dios en la cruz, es capaz de salvar a su pueblo de los pecados (cf. Mt 1:21; 27:51). Por lo tanto, no solo llama a sus discípulos a imitar su fe, sino que también exige el reconocimiento de sí mismo como el Hijo del Dios vivo, dando lugar a la consiguiente confianza y obediencia. Sobre la base de este reconocimiento del Mesías construye «la iglesia» (Mt 16:16–18), el nuevo *Israel de Dios, compuesto tanto de creyentes judíos como gentiles (cf. Mt 8:10–11).

Tal aceptación creyente de Jesús como el Cristo es la que expresa Pedro, el discípulo típico (Mt 16:16). Sin embargo, esta fe debe crecer si un discípulo ha de vivir una «justicia» que supere a la de los *fariseos (Mt 5:6, 10, 20). Uno debe aprender a confiar en Dios completamente para la provisión diaria con el fin de ser capaz de servir a Dios con una firme resolución (Mt 6:24–34). El no hacerlo así es una marca de «poca fe», que está viciada por los temores y ansiedades (Mt 6:30). «Poco fe» (oligopistia) no es lo mismo que «ninguna fe/incredulidad» (apistia) en Mateo. Esta última rechaza a la persona de Jesús y por lo tanto no puede experimentar su poder milagroso (Mt 13:58). «Poca fe», por el contrario, es una fe que se dispone a seguir a Jesús, pero se ve enredada por las dudas y preocupaciones en el camino. Sin embargo, es una fe inicial en Jesús que tiene potencial para crecer. El Jesús resucitado exhorta a sus discípulos a descartar la «poca fe», ejemplificada por Pedro cuando camino sobre el mar (cf. Mt 14:28–33; 28:17), para que puedan sacar provecho de su presencia viva y convertirse en testigos efectivos entre las naciones (Mt 28:18–20).

2.c. La fe en Lucas.
Al igual que en Mateo, el grupo de palabras derivadas de pisteuō aparece más de treinta veces en Lucas, incluido el sustantivo pistis (11×), el verbo pisteuō (9×), el adjetivo pistos (6×) y algunas palabras afines. En Lucas, la fe está estrechamente relacionada con la salvación y el *arrepentimiento (por ejemplo, Lc 7:50; 8:12; 17:19; 24:47). Como simboliza la parábola del sembrador, la clase de fe que lleva a la salvación acepta la palabra de Dios y produce fruto de arrepentimiento a través de la perseverancia (Lc 8:12). La fe genuina es acompañada por el amor a Dios y a Cristo (Lc 7:50) y produce un discipulado radical (e.g., Lc 19:8–10). En este sentido, Lucas cambia el énfasis del inminente regreso de Cristo al «hoy» (nótese el uso profuso de «hoy» [por ejemplo, Lc 4:21; 13:32, 33; 19:9; 23:43] y «todos los días» [Lc 11:3]). La fe (fidelidad) se requiere «hoy» mientras los discípulos se preparan para el regreso de su amo. No solo se anima a los discípulos a esperar con fe la reivindicación final del pueblo de Dios (Lc 18:1–8), sino que también se les advierte de que deben ser fieles mayordomos al enfrentarse a las tentaciones en este mundo. Lucas hace especial hincapié en la distribución de la riqueza material como un signo de la fe y el arrepentimiento (Lc 19:1–10). 

El dinero no es malo en sí mismo, pero puede convertirse en una tentación a mostrarse codicioso y sentir una falsa seguridad aparte de Dios (Lc 12:13–21; 18:22–25). Los discípulos fieles no solo deben confiar en la provisión de Dios y no acumular riqueza para sí mismos, sino que también deberían amar a sus prójimos compartiendo las posesiones materiales con aquellos que tienen necesidad (Lc 12:22–34; 16:1–13; Lc 16:19–31). Jesucristo es visto sobre todo como representante de Dios que viene a ayudar a los pobres y necesitados (por ejemplo, Lc 4, 18–21; 7:11–15, 36–50). Aquellos que siguen a Cristo deben seguir su ejemplo. Debido a que el discipulado es costoso, Lucas subraya que el que quiera seguir a Cristo debe contar el coste antes de iniciar el viaje (Lc 14:25–33).

2.d. La fe en Juan.
El Evangelio de Juan difiere de los Evangelios sinópticos en la alta incidencia del verbo pisteuō (98×) y la ausencia del sustantivo pistis. Aparte del verbo, los adjetivos apistos («incrédulos») y pistos («creyentes») aparecen una vez cada uno, en Juan 20:27. A pesar de las opiniones anteriores en sentido contrario, la singular construcción joánica pisteuō eis («creer en»), seguida por el objeto en acusativo (no menos de treinta y seis veces) no significa una fe más profunda que aquella a la que hace referencia la construcción pisteuō seguida por el objeto en dativo. Esta última puede denotar una fe tan fuerte como la anterior (e.g., Jn 5:38, 46). Las dos construcciones son variaciones meramente estilísticas. El uso dominante del verbo pisteuō contribuye a una interpretación dinámica de la fe. La fe en Juan no es el consentimiento a un credo sino esencialmente una relación. El propósito de este Evangelio, como se dice en Juan 20:31, es ayudar a los lectores, tanto creyentes como no creyentes, a construir una relación de confianza con Jesucristo. Allí el presente de subjuntivo pisteuēte («seguir creyendo» [NRSV, nota]) es una lectura más probable que el aoristo pisteusēte («llegado a creer» [NRSV, texto]). La fe es una actividad continua de confianza en Jesucristo, la Palabra viva de Dios. Mientras que Jesús sabe quiénes son los que de verdad creen en él (Jn 2:23–25), desde una perspectiva humana hay que seguir creyendo (Jn 2:11), de lo contrario la fe puede acabar en naufragio. El que empieza a creer puede terminar siendo un verdadero creyente perseverante (Jn 6:68–69) o un enemigo hostil de Jesús (cf. Jn 8:31, 59). La relación entre fe y milagros en el Evangelio de Juan es paradójica. En los Evangelios sinópticos la fe sirve de plataforma para que Jesús realice sus milagros (cf. Mt 13:58 // Mc 6, 5–6). 

En el Evangelio de Juan, sin embargo, los milagros de Jesús (llamados sēmeia, «señales») inducen a y promueven la fe, ya que sirven como señales que guían la comprensión de la gente hacia la identidad y el poder de Jesús (Jn 2:11). Por tanto, «venir» y «ver» a Jesús ofrece una posibilidad para que uno conozca mejor a Jesús y permite que uno «vea» mayores obras de Jesús (Jn 1:46–51). Paradójicamente, sin embargo, «ver» los milagros de Jesús no garantiza necesariamente la fe. Si ver no va acompañado de la visión espiritual, el hecho de ver puede convertirse en un obstáculo para la fe (Jn 6:26). En última instancia, lo crucial es la fe en la persona de Jesús y sus palabras. Así pues, ser capaz de creer en las palabras de vida sin ver milagros es lo más deseable, especialmente para los lectores de Juan, que no podrán ver al Jesús terrenal por sí mismos (Jn 20:29). La naturaleza dinámica de la fe se expresa a través de la asociación de la fe con metáforas sensoriales: la fe «recibe» (Jn 1:12), «come y bebe» (Jn 6:35, 54), «permanece» (Jn 15:7) «obedece» (Jn 14:21), «sabe» (Jn 17:3, 8), y así sucesivamente. La fe lleva a la salvación a medida que uno participa de la vida del Padre y del Hijo (Jn 17:3). El Evangelio de Juan relaciona la fe con la salvación con más fuerza de lo que lo hacen los Evangelios sinópticos.

3. Resumen.
Las cuatro presentaciones de la fe en los cuatro Evangelios convergen para destacar a Jesucristo como el objeto de la fe. Él es el Hijo enviado por Dios Padre para salvar a las personas en la tierra. La fe en Dios en los últimos tiempos debe expresarse mediante la fe en Jesús como Mesías. Esa fe tiene que demostrar su autenticidad en la fidelidad, en forma de discipulado radical. Este es el desarrollo natural del ʾemûnā del AT y es también la base de la fe en los demás escritos del NT.

La fe es el medio no el fin, el fin de la fe es Jesús.


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Notas:
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Material tomado de: Diccionario de Jesús y los evangelios (CLIE).
· P. G. Bolt, «The Faith of Jesus Christ in the Synoptic Gospels and Acts», en The Faith of Jesus Christ: Exegetical, Biblical, and Theological Studies, ed. M. Bird and P. M. Sprinkle (Milton Keynes: Paternoster, 2009) 209–37.
· R. Bultmann, Theology of the New Testament, trad. K. Grobel (2 vols. en 1; reimpr., Waco, TX: Baylor University Press, 2007 [1951–1955]) - existe edición castellana: Teología del Nuevo Testamento (Salamanca: Sígueme, 1980).
· N. Farelly, The Disciples in the Fourth Gospel: A Narrative Analysis of Their Faith and Understanding (Tubinga: Mohr Siebeck, 2008); J. B. Green, The Theology of the Gospel of Luke (NTT; Cambridge: Cambridge University Press, 1995).
· C. R. Koester, The Word of Life: A Theology of John’s Gospel (Grand Rapids: Eerdmans, 2008). D. Lee, «The Gospel of John and the Five Senses», JBL 129, no. 1 (2010):115–27; D. Lührmann, «Faith», ABD 2:749–58; U. Luz, The Theology of the Gospel of Matthew, trad. J. B. Robinson (NTT; Cambridge: Cambridge University Press, 1995).
· C. D. Marshall, Faith as a Theme in Mark’s Narrative (SNTSMS 64; Cambridge: Cambridge University Press, 1989); I. H. Marshall, New Testament Theology: Many Witnesses, One Gospel (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2004) - existe edición castellana: Teología del Nuevo Testamento (Las Palmas de Gran Canaria: Mundo Bíblico, 2009).
· T. R. Schreiner, New Testament Theology: Magnifying God in Christ (Grand Rapids: Baker Academic, 2008).
· M. Yeung, Faith in Jesus and Paul: A Comparison with Special Reference to «Faith That Can Remove Mountains» and «Your Faith Has Healed/Saved You» (WUNT 147; Tubinga: Mohr Siebeck, 2002).

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